Familia Marfil Tallada: «De mis padres hemos aprendido a pelear»

Familia Marfil Tallada: «De mis padres hemos aprendido a pelear»

Familia Marfil Tallada: «De mis padres hemos aprendido a pelear»

MARÍA JOSÉ CARCHANO

Llamándose de apellidos Marfil y Tallada parecía predestinado en la familia que su profesión iba a ser la joyería. «Todavía hay quien piensa que el nombre del establecimiento tiene que ver con el marfil», comenta Begoña, la hija mayor de un matrimonio que ha estado cuarenta años dedicado a la joyería. Empezamos la entrevista y Manuel Marfil se aposenta en un pequeño sillón extendiendo los brazos, como acaparando bajo su manto protector a la familia. «Le pregunto a usted primero, si le parece», y contesta: «Capitán Marfil». La expresión la repetirá varias veces durante la entrevista, e incluso enseña un colgante que representa un timón, y que lleva colgado al cuello. El lugar elegido para el encuentro es la nueva joyería inaugurada hace tan solo unos meses en la esquina de Cirilo Amorós con Hernán Cortés, en un cruce de calles que se han convertido en los últimos años en sinónimo de lujo y exclusividad. En el lugar se respira el estilo del interiorista Carlos Serra, que andaba metido en el proyecto en pleno confinamiento, y para el que se inspiró en el Nueva York del arquitecto valenciano Guastavino. Define muy ajustadamente lo que quiere transmitir esta familia, a caballo entre la primera y segunda generación, entre el pasado representado por la aguja de la corbata y las perlas enormes y el presente de unas joyas apenas visibles o una pieza que se puede ir componiendo como un puzzle.

-¿Cómo recuerda los inicios?

-Manuel. Yo tengo el corazón partido, porque nací en Málaga, pasé allí cuarenta años y otros cuarenta en Valencia. Aquí conocí a María José, me enamoré de ella y al poco tiempo nos casamos. En Málaga nacieron Begoña y Héctor.

-María José. Volvimos, porque la tierra tira mucho.

-¿Cómo fue el crecimiento?

-M. Desde que llegamos hemos hecho la ruta del capitán, desde plaza de España, pasando por Colón, ahora Hernán Cortes, siempre buscando el triunfo. Y cuarenta años después hemos aguantado el tipo y mantenemos orden, cultura, precio, respeto al cliente y confianza absoluta.

La familia Marfil Tallada, cuarenta años dedicada al negocio de la joyería. / D. TORRES

-Pero usted, María José, no iba para joyera.

-MJ. Yo en realidad soy perito agrícola y estuve cuatro años trabajando en el Jardín Botánico, pero al casarme me fui a Málaga y lo dejé. He estado trabajando de joyera hasta que me he jubilado, y mis hijos nos han visto siempre.

-¿No quedó nada de lo de perito agrícola?

Familia Marfil Tallada: «De mis padres hemos aprendido a pelear»

-MJ. Me quedó la afición por la jardinería, es lo que me gusta y me distrae, y todavía recuerdo la época en el Botánico, o en Bélgica, donde trabajé en un centro de investigación.

-En aquella época, ser mujer con una carrera universitaria, o salir al extranjero, no era lo más común.

-MJ. En el curso de Agrónomos éramos cinco o seis chicas y ellos doscientos y nos ponían en primera fila. Pero es que mi padre era médico y mi madre profesora de Mercantil, así que en mi casa nos lo inculcaron de pequeños, como yo lo hice con mis hijos. Es cierto que tienen la joyería, pero antes era importante que se prepararan.

«El capitán no se jubila nunca, siempre está en la proa del barco»

-¿Qué recuerdos tienen de su infancia?

-Begoña. El primer despacho estaba en casa. A nosotros siempre nos pareció natural que con la familia fuera unido el trabajo.

-Paloma. Recuerdo que en Navidades nos íbamos a Andorra, a nosotros nos dejaban en las pistas para esquiar y ellos con las maletas se iban a visitar joyerías.

-Héctor. Y gracias a sus viajes de trabajo a Andorra esquiábamos tres veces al año.

-P. Además, veraneábamos en Ibiza, donde mi padre siempre aprovechaba el mes para seguir trabajando, cargado con sus maletas visitando joyerías.

Hace ya veintiséis años que Héctor, el mediano, se incorporó a la empresa, donde empezó con unas prácticas de la carrera de Empresariales. Y se quedó. Paloma, la pequeña, lo tenía muy claro. «A mí siempre me gustó la orfebrería». Así que estudió Gemología, se sacó el título de tasador de joyería, se especializó en diamantes.

-¿Y usted?

-B. Yo también estudié Empresariales, como mi hermano, pero en mi caso empecé a trabajar en el departamento de márketing de una farmacéutica. Sin embargo, llegó un punto en que me planteé que yo también quería estar en el negocio familiar. No quería quedarme fuera. Hasta mi marido está en la empresa.

-¿Pueden dejar de hablar cuando cierran la puerta?

-B. Mi marido y yo no hablamos de trabajo, o al menos lo procuramos.

-Supongo que es una alegría que el negocio haya podido pasar a una segunda generación.

-MJ. Ya lo creo. Esto es fruto de nuestro esfuerzo y nuestro trabajo, y que pueda seguir gracias a ellos es una alegría.

«Para mí sería terrible que hubiera problemas entre mis hijos»

-¿Ha sido difícil dejar las riendas?

-M. Si yo todavía no lo he dejado. El capitán no se jubila nunca, está siempre en la proa del barco y viendo de dónde sopla el viento (ríen).

-MJ. Lo tiene más claro que el agua.

B. Y afortunadamente, porque nos da muchísima tranquilidad.

-¿Qué han aprendido de sus padres?

-P. Todo. A pelear, a saber lo que cuesta ganar el dinero, a trabajar las horas que haga falta.

-MJ. Hemos procurado darles ejemplo, y creo que lo hemos conseguido.

-B. Cuando mi madre tenía la joyería en un primer piso en la plaza de España sus ventas eran equiparables a las que hacemos aquí. Empezando de cero, sin publicidad, sin redes sociales. En la forma de tratar al cliente no ha habido mejor maestra.

-P. Y todavía hay gente que viene a nosotros porque se siguen acordando de ella.

-No son fáciles las empresas familiares.

-MJ. Es muy importante el respeto, y nosotros nunca hemos llegado a discutir. Cada uno tiene su opinión y no es fácil, las 24 horas del día juntos.

-B. Creo que es fundamental, además, repartir bien y saber cuál es el espacio de cada uno. Y puede que tengamos opiniones diferentes, pero lo resolvemos. Creo que nos han educado de la misma manera, y en este sentido es muy fácil.

«Es muy importante el respeto y saber cuál es el espacio de cada uno»

-¿Creen que puede haber sucesión en una tercera generación?

-B. Mi hijo ha estudiado ADE y el trabajo de fin de grado lo va a hacer sobre la empresa familiar, pero el objetivo es que se vaya fuera, empezar en otros sitios, como yo hice en su momento.

-M. Yo quiero que sea el futuro CEO en la empresa.

-P. Mis hijos y las de Héctor son pequeños todavía, pero una de sus hijas, cuando viene, se pone a dibujar las joyas y es una maravilla.

-¿Todavía regresa a Málaga, Manuel?

-M. Ahora llevo varios meses sin ir, pero cuando pase esto quiero volver y comerme un espeto de sardinas y disfrutar de un poquito de flamenco.

-¿Han pasado miedo con el Covid?

-M. Si veo el miedo, yo le doy un capote, como el torero. Hay que adaptarse.

-MJ. Hemos estado prácticamente confinados estas semanas. Manuel ha empezado a venir algún rato por la mañana, lo traigo yo en el coche y así se distrae.

-¿Es de los que morirá con las botas puestas?

-M. Claro. Con las botas y la gorra. Ya le digo que algo tiene el capitán, que las mujeres siempre se vuelven (ríe).

-P. Hasta los amigos le llaman así.

-B. Y cuando nos vamos de viaje, siempre lleva su gorra puesta.

-¿Les gusta viajar?

-M. Nos hemos recorrido el mundo entero, desde el Polo Norte hasta el cabo de Hornos, la India, China, NuevaZelanda.... hasta llevé el barco español de la Copa América. El mundo es tan bonito... y España también.

-B. Hemos viajado mucho juntos, desde que éramos pequeños, ahora con los nietos, que también viajan solos con los abuelos. El último viaje fue a Marrakech y lo pasamos tan bien...

«Si veo el miedo yo le doy un capote, como el torero. Hay que adaptarse»

-Qué placer ver a la familia unida, ¿no, María José?

-MJ. Para mí sería terrible ver problemas entre mis hijos.

-Mirando ahora hacia atrás, Manuel, ¿cree que ha tenido suerte en la vida? Momentos duros siempre hay.

-M. Pero con sacrificio, viendo donde uno se ha equivocado y con la imagen de Dios cerca se supera todo. Suerte también he tenido, mucha. Con todo lo que he pasado, un marcapasos y un toro que casi me cogió («es que el capitán quiso torear», ríen).

-Cuéntemelo.

-M. En Arévalo salió un toro de 600 kilos y se fijó en mí. Mi socio se tiró de cabeza al callejón, a mí en el burladero no me hacían sitio y me quemó el pantalón. «Haberse tirado», me decían. Otra vez, en la finca de un amigo yo estaba en la plaza y cuando vi al toro hacia mí me quedé quieto. Pasó por mi lado. Luego decían: «no he visto a alguien con más valor en mi vida». En realidad, estaba paralizado por el pánico. Eso es suerte (ríen).

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