Un disparo terminó con la vida de un policía y padre

Un disparo terminó con la vida de un policía y padre

Un disparo terminó con la vida de un policía y padre

En un mueble de madera, en la sala de su casa, Irene Tibán conserva un cofre con las cenizas de su esposo Rodrigo Alquinga. Él era sargento primero de la Policía y murió durante un enfrentamiento con asaltantes el 26 de marzo del 2014.

La mujer camina por el salón y cuenta lo que pasó con su esposo. Dice que él salió al trabajo, como lo hacía todas las mañanas, a las 06:00. Entonces tenía a su cargo la seguridad de funcionarios de Petroecuador.

Irene todavía recuerda el último beso que su esposo le dio antes de salir de casa. También se despidió de sus cuatro hijos. Les prometió que regresaría en la noche para cenar.

En la tarde, la mujer empezó a pensar que algo había pasado con él porque no llamó a la hora del almuerzo como solía hacerlo a diario. A esa hora se comunicaba por teléfono para preguntar si sus hijos habían llegado bien del colegio.

Una llamada rompió el silencio que había en la sala esa tarde. A las 15:00, un uniformado la llamó. Le dijo que unos desconocidos habían disparado a Rodrigo, que lo habían herido y que estaba en el Hospital de la Policía con un impacto de bala en su estómago.

El ataque ocurrió una hora antes, según documentos oficiales. Ahí se recoge que Alguinga estaba almorzando en un restaurante en el sector de la Pradera, en el norte quiteño y cerca de Petroecuador.

De pronto escuchó disparos. Salió a la calle y vio que sacapintas habían disparado a un hombre para robarle USD2 000 en efectivo. Trató de detenerlos y empezó un tiroteo. Una bala ingresó al abdomen.

Un disparo terminó con la vida de un policía y padre

Tibán recuerda que salió de inmediato al hospital en compañía de su hijo mayor. No pudo verlo porque fue ingresado de urgencia a cirugía a las 15:00. Tras cinco horas de espera, uno de los galenos salió y le informó sobre el deceso de Rodrigo. Este episodio lo cuenta entre lágrimas. “Han pasado siete años y el dolor perdura. Es algo que no puedo olvidar. Mis hijos perdieron a su padre por culpa de la delincuencia”.

Mientras ella estaba en el hospital, una vela estaba encendida en la casa del matrimonio Alquinga Tibán. Uno de los de hijos la había encendido luego de que el hermano mayor le contó los hechos.

“Me puse a rezar, tenía la esperanza que él se curaría”. En la noche la mamá llamó a la casa y les contó que el padre había fallecido. Tras la noticia, solo se escucharon gritos de dolor y desesperación.

Una semana después del hecho violento, el entonces Ministerio del Interior informó que quien disparó al agente también falleció. Según las investigaciones de entonces el atacante era un extranjero de 24 años que tenía antecedentes penales por robo y estafa.

El 1 de abril del 2014 también fueron detenidos en Quito dos cómplices del asesinato.

Desde ese año y hasta este mes, 26 miembros de la Policía han sido asesinados. Las estadísticas son parte de una base de datos de la institución. El último ataque mortal se perpetró en contra del sargento Jorge Chiliguano el 13 de junio.

El cuerpo del sargento Alquinga fue velado en las instalaciones del Grupo de Intervención y Rescate (GIR). Sus compañeros cubrieron el féretro con la Bandera del Ecuador.

Él trabajó como comando desde 1993. Durante 15 años su labor consistió en entrenar a los canes para la detección de explosivos. Al ser agente especial, también le asignaron la seguridad a funcionarios.

Cuando Tibán tenía 18 años conoció a Alquinga y comenzaron una relación. Después de tener a su primer hijo se casaron. Tras recordar ese momento, ella se levanta del sofá, camina unos pasos y se acerca a una foto de su esposo que está colgada en la pared del comedor. En esa imagen, él está vestido con su uniforme.

En su casa, las fotos de él están colgadas en todas partes. “Es una forma de tenerlo siempre presente en nuestras vidas y recordarlo”. Para la familia, su ausencia se siente. Por ejemplo, este año, en el Día del Padre, dos de sus hijas le escribieron un carta y la colocaron sobre el cofre de cenizas.

A pesar del dolor, sus hijos decidieron seguir los pasos de su padre. El primero de ellos se hizo policía. Hace un año se graduó de subteniente y hace dos semanas ingresó al GIR. “Ahora él utiliza el uniforme que pertenecía a Rodrigo”.

Su segundo hijo, en cambio, estudia medicina. “Quiere trabajar en el Hospital de la Policía”, dice la madre.

Alquinga falleció a una semana de ascender a suboficial. Su familia había organizado una fiesta para celebrar ese acontecimiento. Él fue condecorado como héroe nacional en noviembre de ese mismo año. Además, tuvo un reconocimiento institucional porque en el 2004 salvó la vida a un compañero durante un asalto.

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