Una belleza radiante (y radiactiva)

Una belleza radiante (y radiactiva)

Una belleza radiante (y radiactiva)

Medicina

El descubrimiento del radio causó furor a inicios del siglo XX, se incorporó a productos cosméticos y medicinales y causó graves problemas de salud

Isabel Gómez Melenchón

Juventud, belleza, lozanía, virilidad… y radiactividad. Por increíble que nos pueda parecer ahora, las primeras décadas delsiglo pasado vivieron un boom del radio que no se circunscribió a las investigaciones científicas, sino que llenó los armarios de baño de polvos, cremas, maquillajes, incluso lápices de labios que prometían un “brillo especial” gracias a los poderes del recién descubierto elemento, al que se atribuían todas las virtudes habidas y por haber.

Afortunadamente la mayoría de aquellos objetos sólo contenían una cantidad mínima de radio, si es que tenían alguna, pero otros realmente cumplían con lo que prometían, no la belleza, sino la radiación, y todavía hoy suponen un riesgo no sólo para museos y coleccionistas.

Un curioso gadget de hace cien años prometía revitalizar la virilidad aplicándolo a los genitales: hoy sigue emitiendo radiación

Hace unos años, deshaciendo la casa de un familiar en Estados Unidos, un hombre encontró un extraño objeto que, con muy buen tino, decidió llevar al National Atomic Testing Museum de Las Vegas, dentro, con mayor tino todavía, de una caja revestida de plomo. Se trataba de un “Scrotal Radioendocrinator” fabricado en los años 20 y que prometía nada menos que restaurar la virilidad mediante la irradiación de las partes masculinas…

El objeto permaneció en el museo hasta que una conservadora, también con tino pero sobre todo con conocimientos, lo sometió a un contador Geiger, y visto el resultado llamó a más expertos. El Radioendocrinator bien podría haberse llamado Terminator, porque seguía emitiendo radiactividad. Finalmente, acabó bien enterrado en un depósito atómico en la famosa Área 51; si realmente allí están escondidos los aliens, van servidos.

Aparatos para anticiparse al Viagra, productos de belleza, juguetes, comics protagonizados por The Radium Master e incluso un baile… La fiebre por el radio parecía no tener límites. Sin duda cuando Marie Sklodowska-Curie y su esposo, Pierre Curie, descubrieron en 1898 el que se convertiría en el elemento 88 de la tabla periódica no imaginaban que primero los franceses y luego los estadounidenses acabarían bailando sólo unos pocos años más tarde al son de la Radium Dance: Loie Muller, una cantante y bailarina norteamericana, lo estrenó en París sobre 1904; la crítica destacó su túnica “absolutamente luminosa, que por un mecanismo secreto emite rayos fosforescentes”. Otra crónica narra que los Curie, que acudieron a ver el espectáculo, dijeron haber visto su descubrimiento “bajo una nueva luz”, y la propia (y avispada) Loie Muller se apresuró a explicar que su brilli-brilli se debía a que para el vestuario se había empleado radio.

Posiblemente Loie Muller exageraba, dados los precios que alcanzaba el material entonces, tal cómo le indicaron los Curie, con quienes había establecido una buena amistad, y fue Thomas Edison quien la ayudó creando sales fosforescentes que se esparcían por la ropa; pero lo cierto es que uno de los usos del radio en aquel momento, además del médico-sanitario, fue la estética y la cosmética.

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Una belleza radiante (y radiactiva)

El radio no era el único elemento de moda, también estaban à la page el polonio, descubierto por los Curie igualmente en 1898 y del que mucho podrían hablar los actuales servicios secretos rusos, y el torio, que aunque ya se conocía desde principios del siglo XIX fueron de nuevo los Curie quienes desentrañaron sus propiedades radioactivas. Tanta actualidad de los Curie llevó a un conflicto con la empresa cosmética Thor-Radia por la utilización de su nombre con fines comerciales.

Thor-Radia tradujo el principio de hormesis en la utilización de una cantidad pequeña de bromuro de radio agregada a una gama de productos que iban de la pasta de dientes, limpiadoras, maquillaje, antiarrugas, cremas de día y de noche y una colección de pintalabios en doce tonalidades. Hoy nos llevaríamos las manos a la cabeza ante semejante idea y el peligro real que conlleva, pero no fue hasta la muerte primero de Marie Curie y posteriormente de varias investigadoras de su equipo cuando se fue consciente de los riesgos que entrañaba manipular el radio, y de su ingestión ya ni hablamos.

La radiación prometía una revolución a todos los niveles y se puso de moda, pero nadie pensó que fuera nociva

Los comerciales de Thor-Radio, la más conocida pero no única marca de lo que llamaremos radiocosmética, destacaban las propiedades luminosas de este elemento, de día parecido a la sal corriente pero capaz de brillar en la oscuridad. Igualmente, los carteles publicitarios resaltaban estas propiedades casi mágicas: un plano en ligero picado muestra a la joven modelo rubia, conocida como The Thor-Girliluminada cual una película expresionista. El “saludable brillo” de la modelo, que una calificaría más bien de inquietante, lo atribuía la publicidad a la irradiación de los productos Thor-Radia, con la etiqueta añadida de “Método Científico de belleza”, y para rizar el rizo también en su etiqueta aparecía la recomendación de un supuesto científico de nombre Alfred Curie.

En realidad, el creador de la marca se llamaba Alexis Mousallis, pero fue lo bastante listo para convencer a un doctor llamado realmente Alfred Curie, pero que jamás había descubierto nada, para utilizar su nombre de forma que al asociarlo a los Curie, pareciera que estos aprobaban el producto. Ni Alfred Curie conocía a los científicos, ni estos se habían lavado nunca la cara con ninguno de los productos Thor-Radia. Hubo un cruce de cartas, pero se ignora si la cosa llegó a mayores. Thor-Radia cesó su actividad en 1962.

No fueron sin embargo los únicos en bañarse en la fuente de eterna juventud que prometía el radio. La crema limpiadora de manos “Radio Hand Cleanser” aseguraba en 1915 “quitarlo todo menos la piel”, que también quitaría, añadimos nosotros. Existía una versión para la limpieza doméstica. Pero pone aún más los pelos de punta la amplísima utilización del radio con fines terapéuticos, a cargo básicamente de charlatanes que bien podrían haber vendido whisky como crecepelos en el Salvaje Oeste. La solución “Radium Radia”, por ejemplo, se vendía en 1906 para aliviar los síntomas del “reumatismo, ciática, lumbago, esguinces, hematomas y neuralgias”; fue retirada del mercado el mismo año de su lanzamiento porque no llevaba ninguna cantidad de radio, afortunadamente. Igualmente, la crema “Klein’s Radium Salve” se vendía como remedio para las hemorroides, aunque de radio tenía apenas el nombre.

Menos suerte tuvieron los usuarios de Radithor, que de la mano de su creador, William J.A, Bailey, prometía ser la piedra filosofal de la medicina. El Radithor, del que se aconsejaba tomar un frasco al día, era en esencia radio disuelto en agua destilada. Se vendió libremente hasta que un magnate norteamericano, Eben M. Byers, falleció en 1932 envenenado, tras consumir 1.400 frascos del invento. El mismo falso doctor Bailey puso a la venta un supuesto afrodisiaco llamado Arium, que aseguraba “renovar la felicidad y la emoción juvenil en la vida de las personas casadas cuya atracción mutua se ha debilitado”. No hace falta decir que Bailey se hizo de oro.

Radiathor, una botellita de agua radiactiva, se vendió libremente hasta la muerte en 1932 de un magnate por envenenamiento; había consumido 1.400 frascos

La charlatanería se irradió durante varias décadas a todo tipo de productos: el propio Bailey vendía desde pisapapeles a hebillas radioactivas. No fue el único en enriquecerse: en 1912 R.W. Thomas patentó el “Revigator”, cuyo nombre lo dice todo. El artefacto en cuestión consistía en una vasija de cerámica bañada con materiales radioactivos que debía llenarse de agua por la noche, así por la mañana estaría impregnada de radio. Analizados sus restos se descubrió que no emitía radioactividad en cantidades peligrosas, pero si proporcionaba una “fuente” de arsénico, plomo y uranio que no está nada mal.

Otros, como el Radithor o los huesos de la infortunada celebridad que experimentó sus propiedades pero no de la manera esperada, aún emiten radioactividad. Una radioactividad tan peligrosa que varias de las trabajadoras de un taller que pintaban a mano las horas de los relojes, las llamadas Radium Girls, empezaron a enfermar por la radiación. El caso llegó a los tribunales y contribuyó al paulatino cese del uso del radio, acentuado tras las bombas de Hiroshima y Nagasaki en la Segunda Guerra Mundial. El radio dejó de ser visto incluso como un juguete (se vendían medidores para niños) o como un vistoso, llamativo y brillante “sol eterno”, como lo definía William J.A. Bailey.

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